El nacimiento de bebés con ADN de tres personas, antes un hito futurista, hoy representa una esperanza concreta para familias afectadas por enfermedades hereditarias. Gracias a una innovadora técnica de fertilización in vitro llamada reemplazo mitocondrial, ocho bebés han nacido sanos en el Reino Unido, evitando la transmisión de trastornos mitocondriales que suelen heredarse por vía materna. Esta estrategia genética, que combina material de dos mujeres y un hombre, marca un avance crucial en la medicina preventiva.
El proceso consiste en extraer el núcleo del óvulo de una madre con mutaciones en su ADN mitocondrial y transferirlo a un óvulo donado con mitocondrias sanas. De ahí nace un embrión con el ADN nuclear de los padres biológicos y una mínima porción de ADN mitocondrial de la donante. Aunque este componente representa menos del 0.1 % del genoma, es suficiente para evitar enfermedades neuromusculares graves como el síndrome de Leigh o la neuropatía óptica de Leber, entre otras.
La técnica no está exenta de controversia. A pesar de que no implica modificar el ADN que define los rasgos principales de una persona, hay quienes temen que estos avances abran la puerta a manipulaciones genéticas no médicas. Instituciones como la Autoridad de Fertilización Humana y Embriología del Reino Unido han limitado su aplicación estrictamente a fines terapéuticos, estableciendo protocolos rigurosos para prevenir abusos y evitar caer en prácticas como la selección de características físicas o intelectuales.
Varios países han experimentado con esta técnica. El Reino Unido ha sido pionero tanto en su regulación como en su implementación clínica, mientras que otros casos, como el de Grecia y México, despertaron críticas por aplicarse fuera de marcos normativos sólidos. En México, por ejemplo, se utilizó en 2016 para evitar que una madre transmitiera una enfermedad genética, en un procedimiento realizado sin regulación formal local, lo que provocó cuestionamientos internacionales.
Aunque los primeros resultados son alentadores, expertos advierten que es necesario dar seguimiento a largo plazo para evaluar posibles efectos multigeneracionales. Además de los retos científicos, persisten barreras sociales, económicas y éticas: desde el acceso limitado a esta tecnología hasta el debate sobre el derecho a modificar la herencia genética. Frente a estas preguntas, queda claro que cada paso de la biotecnología exige no solo evidencia clínica, sino reflexión colectiva y responsabilidad ética.